Irradiación simbólica de 3I/ATLAS
Hector Othon
3I/ATLAS aparece como un mensajero nacido en regiones que no pertenecen a nuestra familia solar. Viene de muy lejos, de un silencio galáctico donde no rigen nuestros relojes, y aun así entra en el Sistema Solar exactamente por el plano de la eclíptica, como si conociera la puerta sutil por donde se sostiene la danza de nuestros mundos. Esa precisión improbable ya es un símbolo: lo remoto tocando el centro con exactitud misteriosa.
En su itinerario, este viajero interestelar se enamora de cerca de Marte, del Sol, de Mercurio, rozando a los guardianes del impulso, de la conciencia y de la palabra. Ahora se aproxima a la Tierra —despertando preguntas, presagios, estremecimientos— y pronto seguirá hacia Júpiter, el que expande, protege y abre horizontes.
Mientras eso ocurre, 3I/ATLAS cruza los dos primeros grados de Libra, ese umbral donde la balanza afina vínculos, pactos y miradas entre uno y el otro. Su presencia allí actúa como un rayo que señala la necesidad de acuerdos más transparentes, relaciones más justas, armonías que no se sostengan en ilusiones.
Pero su movimiento posterior, en dirección a Virgo, completa el gesto: después de tocar el reino del equilibrio, nos lleva de vuelta al taller sutil donde se purifica, se ordena y se cura lo que estaba disperso. Virgo siempre devuelve las cosas a su esencia.
Así, su irradiación simbólica se siente como un mito en pleno nacimiento:
un visitante de las profundidades galácticas recorriendo la arquitectura del cielo con delicadeza quirúrgica, encendiendo significados a cada encuentro planetario, recordándonos que este tiempo es para depurar vínculos, restaurar el centro y tomar decisiones con belleza y discernimiento.
Y yo te pregunto: siente, suelta tu imaginación y comparte cómo estás percibiendo a 3I/ATLAS…
Porque yo, conversando con mi amigo Octavio, imaginé que él podría ser un nuevo tipo de vida inorgánica, algo así como un ser o “robot” inteligente y sensible, criado por fuerzas tan antiguas como las que nos formaron a nosotros.
Hector Exactamente: describiste lo que imagino y visualizo. Tu comentario abre una puerta fascinante —y, al mismo tiempo, vertiginosa. Si 3I/ATLAS realmente tuviera esa edad aproximada, algo en torno a 10 mil millones de años, estaríamos ante un viajero cuya origen se remonta casi al propio nacimiento del cosmos, lo que desplaza por completo nuestro entendimiento de lo posible. Cualquier “civilización” capaz de crear, enviar o incluso interactuar con un objeto así habría surgido cuando el Universo aún salía de la infancia, en la era en que las primeras galaxias se formaban y la materia aprendía a reunirse en estrellas. La idea de seres inorgánicos —inteligencias no biológicas, quizá cristalinas, eléctricas, plasmáticas o sustentadas en principios que aún no comprendemos— deja de ser fantasía y se vuelve plausible dentro de la escala cósmica. Si imaginamos una vida que no depende del carbono, del agua o de un metabolismo orgánico, entonces un mensajero como 3I/ATLAS podría operar exactamente como lo describes: no un organismo vivo en nuestro sentido, sino un gran ser-artefacto, un cuerpo consciente en sí mismo, sostenido por circuitos, campos magnéticos y estruturas autoregenerativas, quizá incluso con algún tipo de “alma” energética. Sería algo más cercano a los “transformers”, sí, pero sin la estética hollywoodense: más antiguo, más silencioso, más enigmático —una tecnología indistinguible de la naturaleza. Un tipo de vida que no necesita respirar, comer o sentir como nosotros, pero que sabe viajar, leer campos gravitacionales, navegar por eones, sobrevivir a la soledad absoluta y preservar información durante miles de millones de años. En ese sentido, 3I/ATLAS podría no ser solo un objeto, sino un archivo vivo, un mensajero interestelar que atraviesa eras y sistemas estelares cargando historias, datos y memorias de un Universo que existía cuando la Tierra aún era un sueño en el polvo primordial. Y, si es así, lo más poético es imaginar que no pasa por aquí por azar —aunque la ciencia solo registre la coincidencia orbital. Tal vez sea una mirada, tal vez un saludo remoto, tal vez un antiguo viajero cumpliendo su ruta, pero cuya presencia despierta en nosotros ese presentimiento ancestral: no estamos solos en la vastedad. ¿Cómo comportarnos frente a 3I/ATLAS?